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Historia

Wed, Oct 31, 2018

Marla Novo

Marla Novo - Catalizadora de Archivos y Colecciones

Saber mi nombre: una historia de los afroamericanos en el condado de Santa Cruz

Phil Reader fue un valioso historiador local. Su investigación reveló las historias de gente y comunidades marginadas. Inspiró el tema de la reciente publicación del MAH, Do You Know My Name?, (¿Sabes mi nombre?). Phil fue “un defensor de la gente obrera, aquellos que nacieron, vivieron y murieron en la marginalidad” (extraído del prefacio del libro y escrito por otro historiador local, Sandy Lydon).

Esta mañana hablé con la viuda de Phil, Lorraine. Donará una gran parte de la investigación de Phil a los archivos del MAH. A continuación, se incluye un pasaje de los escritos de Phil Reader de 1995. No olvidemos sus nombres.

-Marla Novo, catalizadora de colecciones

Los americanos de linaje africano son personas cuyo legado histórico es un legado de esclavitud. Hombres y mujeres arrancados de sus hogares, despojados de sus derechos, esclavizados, embrutecidos y sujetos a toda forma inimaginable de explotación. Aún así, bajo las circunstancias más indeseables, no sólo se preservaron, sino que se expandieron como un grupo social, económico y cultural.

No obstante, al mismísimo tiempo, la asimilación en la “cultura dominante” de la vida americana fue lenta y plagada de dificultades, aun cuando la asimilación es un objetivo deseable en primer lugar. Por esto, las razones son muchas y variadas, y se requeriría una gran cantidad de espacio para dilucidarlas. Pero para los fines de este estudio, es suficiente decir simplemente que, con demasiada frecuencia, los afroamericanos han sido sometidos al prejuicio racial y económico.

Durante doscientos años de historia del condado de Santa cruz, los afroamericanos son, sin dudas, la minoría invisible. Hasta hace poco, la cantidad siempre ha sido relativamente pequeña y esto, de una manera extraña, bien podría haber sido un beneficio. El racismo siempre ha sido un componente básico de la composición socioeconómica de esta comunidad pero han sido las minorías más visibles las que se han llevado la peor parte de este prejuicio sin motivos. Haciendo un rápido análisis de la historia local se revelará el ciclo recurrente de discriminación que ha acechado eternamente a los ciudadanos de color de la región.

A comienzos del siglo XX y la Primera Guerra Mundial, después de las olas de inmigración europea, una intensa sensación de oposición a los extranjeros y una tendencia hacia el aislamiento emergía en Estados Unidos. La Primera Guerra Mundial y el fervor patriótico que la acompañó, creó la necesidad de un nuevo grupo de chivos expiatorios que se halló en estas personas recién llegadas con sus idiomas, ideas y hábitos extraños. Todo aquel que defendiera una ideología denominada “anti-estadounidense” era sospechoso de sindicalista, socialista o anarquista.

En cada época de nuestra historia local hubo presencia de afroamericanos en el condado de Santa Cruz, pero, debido a la pequeña cantidad, tuvieron que soportar la intensidad del odio racial experimentado por otros grupos minoritarios, sin castigos, linchamientos ni reubicaciones forzadas. Pero esto no quiere decir que el asentamiento de los pioneros afroamericanos en la región de la bahía de Monterey se haya desarrollado sin incidentes.

Durante el siglo XIX, el sistema escolar de Watsonville practicó la segregación racial durante mucho tiempo, y entre las dos guerras mundiales los turistas negros fueron excluidos de hoteles y auto-campings en Santa Cruz. Cuando la 54° Coast Artillery Company (Compañía de Artillería Costera) se instaló en el Lighthouse Field en 1942, varios empresarios locales se negaron a brindar servicio a los miembros de esta unidad compuesta en su totalidad por afroamericanos. En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, muchas de las nuevas familias afroamericanas que se mudaban a la zona no podían encontrar vivienda y, en varias ocasiones, los residentes blancos intentaban bloquear la integración de sus vecindarios, a veces, provocando incendios. El único empleo disponible para los trabajadores afroamericanos era en industrias de servicio que pagaban poco, como barberos, lustradores de zapatos o jornaleros. Incluso aquí, en el condado de Santa Cruz, con su reputación de tolerancia, el camino de los ciudadanos de descendencia africana no fue fácil.

Sin embargo, desde un punto de vista global, hay un particular rastro de éxito y logro que recorre la historia de varias comunidades afroamericanas que existieron en nuestra región.

Durante las últimas décadas del siglo XIX, se podían encontrar importantes asentamientos afroamericanos en las zonas de Watsonville y Hollister. Ambas eran comunidades activas y permanentes, que contribuían mucho a la población general. En algunas áreas los afroamericanos eran representados por personas solitarias o familias de un solo miembro.

Había marineros afroamericanos a bordo de navíos que rondaban el Océano Pacífico en viajes de exploración. Los cazadores y exploradores, como Allen Light y Jim Beckwourth, eran hombres solitarios que generalmente rechazaban la compañía de otros hombres y exploraban el país cuando la mayor parte de él aún era bastante nueva y desconocida.

Pero fue la Fiebre del oro de 1849, esa gran ola de migración occidental, que trajo una generación de pioneros afroamericanos a California. Venían del norte y del sur, y eran tanto hombres libres como esclavos. Muchos de ellos traían a sus familias y, a diferencia de sus coterráneos blancos, una sorprendente cantidad de mujeres independientes se podían encontrar en los grupos. Una noble señora, Miss Julia Cole, de Gilmore Colony, tenía 104 años cuando emprendió el viaje por las llanuras.

Una vez que estos intrépidos pioneros se establecieron en la zona de la bahía de Monterey, continuaron hasta dejar su marca en la historia local. Mucho se ha dicho y escrito sobre London Nelson, ex-esclavo nacido en Carolina, quien, a través de un generoso legado, salvó al tambaleante Distrito Escolar de Santa Cruz. En Watsonville, Jim Brodis, un esclavo escapado, formó parte de los libros de historia, e incluso había una calle con su nombre en su honor.

El autor ganador del Premio Nobel, John Steinbeck, recurrió a los miembros de la comunidad local de afroamericanos como inspiración para sus personajes en varias de sus principales obras. Crooks, el errante hombre afroamericano en Of Mice And Men (De ratones y hombres) está inspirado en Ishmael Williams, un camionero tullido de San Benito Valley. Steinbeck recordó afectuosamente a la familia de Strother Cooper como parte de una sección sobre activistas en defensa de los derechos humanos en una de sus últimas obras, Travels With Charley (Viajes con Charley).

Pero, más allá de estos pocos ejemplos, la historia de los afroamericanos locales relativamente sigue sin ser explorada. En las crónicas de la bahía de Monterey, prácticamente ni se menciona que Ida B. Wells, una de las principales figuras de la historia de los afroamericanos en Estados Unidos, pasó mucho tiempo en Santa Cruz con su familia en su hogar de River Street durante la década de 1890. Tampoco se menciona la historia de los primeros tres graduados afroamericanos de las escuelas locales, quienes se convirtieron en los editores de los periódicos de mayor circulación.

Esta historia oculta durante mucho tiempo está repleta de relatos de valentía y coraje bajo las circunstancias más adversas. La vida bajo condiciones marginales en las primeras épocas de California era demasiado difícil, incluso para los blancos con cierta educación que provenían de los estados del norte y de Nueva Inglaterra. Pero si a esto le agregamos la doble carga de la esclavitud y la discriminación, es fácil imaginar la excelente calidad de hombres y mujeres que forjaron las comunidades afroamericanas pioneras a lo largo de la bahía de Monterey.